Quantcast
Channel: Historia y Patrimonio archivos - Huelva Buenas Noticias
Viewing all articles
Browse latest Browse all 602

Llegar desde la Isla Chica al Colegio Francés, la pequeña aventura de cada día en aquellos tiempos

$
0
0

J.A. de Mora. Hubo un momento, muy a principios de los setenta, en que unas madres se pusieron de acuerdo para que se contratase un autobús que llevase a los escolares de la zona del Estadio a la Escuela Francesa, el Colegio Francés de la calle San Andrés. Antes, el buen paseo de ida y el de vuelta nos permitía ir grabando en la memoria tantos momentos de un trayecto con sensaciones e imágenes imborrables. De la mano de algún ‘mayor’ que también cursase en el mítico colegio, de alguna chica que trabajase en casa, un progenitor u otro familiar, echabas a andar una distancia que podía llevar una media hora o un poco más, según te distrajeses en el camino.

Uno de los caminos era cruzando los cabezos de La Joya y Roma.

Pasabas la plaza de Houston, flamante entonces, atravesabas esa barriada llegando a Palomeque. A la vista ya te encontrabas un horizonte despejado, con más campo que otra cosa. Los bomberos no estaban aún enfrente, permaneciendo por entonces todavía en la zona del Paseo Santa Fe.  A la izquierda el impresionante nuevo Colegio de los Maristas, envidiado entonces por el campo de futbol, una ‘catedral’ comparado con la vetusta -eso si, cargada de solera- cancha de baloncesto del Francés, donde se jugaban dos o tres ‘partidos’ simultáneos de balompie también -aparte de los propios de baloncesto-. Los Maristas y el Francés, una bonita rivalidad en prácticas deportivas desde tiempo atrás.

Triste imagen para la historia, con el Colegio Francés ya demolido y quedando solo algunos vestigios de los antiguos caminos de los cabezos.

Llegado al punto donde hoy está la fuente de los bomberos cabían dos opciones, tirar para arriba buscando el cabezo de la Joya o girar a la izquierda y meterte por la calle San Sebastián. Ya por entonces no estaban los restos del antiguo cementerio municipal, o al menos no se percibían al bajar por la calle.  Coger por la Joya siempre provocaba una sensación más aventurera. Aún no estaba definida, o al menos asfaltada, la que hoy es calle Fray Junípero Serra. Era todo campo, cabezo, entreverados por pequeñas sendas. Y las laderas del de Roma y de la Joya formaban estampas espectaculares.

Por aquí había que pasar si se elegía el otro recorrido.

Percibías por aquella zona que salías de la ciudad para volver a entrar cuando, bajando la cuesta, ibas llegando a la calle San Andrés, por la esquina de la tienda de Juanita. Junto antes se encontraba a izquierda según llegabas un «campo», también de futbol, consistente en una explanada diáfana en medio del cabezo. Allí se dirimían las disputas que no eran viables en el colegio, a la vista de los profesores.

Imagen del Altillo, a la derecha si ibas para San Pedro.

La otra opción te introducía en una arteria que bien podría ser la más castiza de la antigua villa, la que conducía a la vieja calle Silos, ya entonces Jesús de la Pasión. Referencias visuales imprescindibles en la Huelva del ayer contemporáneo. El Altillo a la derecha y la funeraria a la izquierda en la linde de la Montrocal, entonces ya yambién Mackay y Macdonald, viniendo desde arriba de San Sebastián, como decíamos.

Y llegando a la Plaza de la Soledad esa puerta de la Ermita, tan deteriorada, en la que estaban mayores y niños indigentes en algo así como un refugio -o al menos la memoria infantil era lo que captaba, en su propio desconocimiento-. Era una imagen que impresionaba.

Jardín de Madame, la antesala del colegio viniendo por San Andrés abajo.

Pasando ese mal trago de hacerse consciente de la injusticia social, volvíamos a la despreocupación natural del devenir de la infancia llegando a la Plaza de San Pedro y encaminándo definitivamente, por la entrada sur de San Andrés, hacia el colegio. Un poco antes, no obstante, podíamos pararnos en la tienda de Eliecer Coronel a recrear la vista, el tacto y el olor -el de una papelería, siempre magnetizante- y comprar alguna cosilla para intercambiar en el recreo por una bola -más costoso si era un ‘butre’-, trompo o castaña pilonga. Saliendo con prisa porque las colas en Coronel solían tensionarte pensando que no llegabas a la hora y el portero, Rafael, podría cerrar. Y culminabas ese periplo que siempre parecía largo, acercándote al mágico colegio, apreciando lo primero a la izquierda el jardín de Madame, con el garaje de don Eugenio como elemento distorsionador de tan mítica belleza.

 

Colegio Francés, calle San Andrés.


Viewing all articles
Browse latest Browse all 602

Trending Articles